11.9.09

Las chicas sin suerte siempre somos espectadoras, nunca protagonistas. Pero se espectador o protagonista depende solo de una decisión. A las chicas sin suerte nunca nos dan un protagónico, siempre somos nosotras las que tenemos que ir, pararnos en el centro del escenario, debajo de la luz, y decir “acá estoy”. Las chicas sin suerte vivimos lamentándonos por lo que nos tocó en suerte. Pero cuando nos revelamos, cuando agarramos el toro por las astas, algo empieza a cambiar. Las chicas sin suerte creemos que somos como una balsa en el mar, a la deriva. Pero podemos nadar, podemos patalear, remar… está bien, tenemos que remar mucho, sí, pero remado llegamos a donde nosotros queremos, no a donde el mar nos lleva. Ya no necesitamos la suerte, porque la suerte la hacemos nosotras. Las chicas sin suerte nunca somos amadas. Y como no somos amadas las chicas sin suerte tenemos que hacer algo para que nos amen. Para las chicas sin suerte ser amadas es un trabajo, un esfuerzo. La suerte de la fea, la linda la desea. Pero la fea no tiene suerte, tiene actitud, ella sabe hacer su propia suerte. Porque es así, los que no tenemos suerte tenemos que ser prepotentes, estirar la mano y agarrar lo que la vida nos mezquina.